domingo, 28 de abril de 2019

Historia de una entrega anunciada

28 DE ABRIL DE 2019

| RESEÑAS HISTÓRICAS DE ITAIPÚ, 46 AÑOS DESPUÉS DEL ACTO DE FIRMA

El equilibrio en el Tratado es solo aparente

La historia oficial
Para la historia no documentada, Itaipú fue un gran logro del régimen autoritario que gobernó la República del Paraguay entre 1954 y 1989.
Según sus panegiristas para la participación del proyecto hidroeléctrico solo se requería de Paraguay aporte el agua del limítrofe río Alto Paraná. Los Estados Unidos de Brasil correrían con lo demás y la República del Paraguay podría compartir equitativamente el aprovechamiento.
Sin embargo, la realidad era diferente, los lisonjeros estaban lejos de la verdad.
Todo comenzó con la cesión a Brasil de las cataratas del Salto del Guairá. El documento conocido como Acta Final de Foz de Yguazú fue suscrito el 22 de junio de 1966 por el ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay, doctor Raúl Sapena Pastor, y su similar brasileño, general Juracy Magalhaes. Atendiendo directivas del presidente general Alfredo Stroessner, el canciller Sapena había firmado el Acta que certificaba la entrega del Salto de Guairá a Brasil.
Para disimular la usurpación de la soberanía territorial de Paraguay la diplomacia brasileña echó manos a una fórmula jurídica: la posesión de los dos países, en condominio, del Salto del Guairá. Al reconocer el condominio jurídico, el Paraguay revocada su histórica posesión sobre esta maravilla de la naturaleza.
Paralelamente el Acta Final de 1966, escondía hábilmente la nueva invasión militar brasileña que anexó a su patrimonio, en junio de 1965, el Salto de Guairá. De este modo, Itamaraty blanqueaba internacionalmente el inaudito atropello a la soberanía paraguaya. La cuestión limítrofe fue “hasta las calendas griegas”. Conforme a la séptima conclusión del Acta, “…convinieron los dos cancilleres en que dichos trabajos serán proseguidos en la fecha que ambos Gobiernos lo estimen conveniente”.
Posteriormente, como la crónica de una anunciada trama, el Estado paraguayo o la Otra Alta Parte Contratante, con la aprobación de la mayoría oficialista del Congreso legitimaba la entrega del Salto del Guairá por otro convenio: el Tratado de Itaipú del 26 de abril de 1973.
Con estos hechos, el régimen gobernante allanaba el camino para el hundimiento de las cataratas del Salto en el lecho del río Paraná, la inundación de la floresta Atlántica con su fauna y la desaparición de su hábitat de decenas de comunidades guaraníes sentenciadas al destierro. Para la construcción de Itaipú, bajo la supervisión de Brasil, quedaba formalizado el ecocidio en Paraguay.
La depredación ambiental y social practicadas en los bosques lluviosos del mundo, Guayana y Amazonas en Venezuela; Guainía, Vaupés y Amazonas en Colombia; Amazonas en Brasil y Alto Paraná en Paraguay, fueron sin lugar a dudas irracionales.
Como resultado de estas alteraciones ambientales, la represa de Itaipú impide a Paraguay la navegación del río Alto Paraná en todo su curso. Un hecho que viola su política exterior que desde 1813 pugna por la libre navegación de los ríos internacionales.
No obstante, no cesaban los discursos laudatorios. Según ellos, el país vecino disponía de otras opciones para emplazar en su territorio el aprovechamiento hidroeléctrico. Para satisfacción de los zalameros, que no se cansaban en aplaudir la victoria diplomática de la cancillería paraguaya, el hecho de “compartir” con Brasil el magno emprendimiento que simbolizaba un logro gubernamental sin precedentes.
Para los sucesivos ministros de Relaciones Exteriores, el tema Salto del Guairá y su corolario Itaipú eran asuntos concluidos satisfactoriamente, aunque sus efectos hayan sido desastrosos para el país. El costo de Itaipú, que no solo incluye el pago por la mitad de la obra sino también la mutilación del país, es a todas luces exorbitante.
Su contraparte Itamaraty desde antaño tenía concebido un plan de explotación hidroeléctrica del río Paraná, todo ello a costillas de Paraguay.
Cabe señalar que dicha explotación llegó a suministrar a Brasil el 30% de su electricidad. Las cancillerías nacionales se desentendían del empobrecimiento ocasionado al país por este grave desfasaje que hacía prosperar al ocasional socio. Es de público conocimiento que la mayoría de los jefes de cancillerías, con discursos salvíficos escondían las voces críticas de las asimetrías en Itaipú.
En apariencias el Tratado de Itaipú es equitativo para ambos socios. Sin embargo, no deja de ser un enorme fraude que se mofa de la buena fe de los paraguayos al consagrar, en el artículo XIII del Tratado, el derecho de adquisición del excedente energético favoreciendo a Brasil.
Al respecto, mi experiencia como profesor invitado en el Instituto de Altos Estudios Estratégicos (IAEE) fue frustrante. Los más destacados juristas, profesionales del sector energético, empresarios y algunos políticos también invitados a debatir sobre la cuestión Itaipú, hacían la vista gorda para apañar las evidentes asimetrías favorables al vecino país.
Usualmente excusaban la diferencia de magnitudes entre Brasil y Paraguay como una valla para impedir la cogestión paritaria. Confundían el imperio de la fuerza con el Derecho Internacional.
Al respecto, Paraguay no necesita arbitrar fuerza alguna para conseguir el aprovechamiento equitativo instituido en el Tratado de Itaipú de 1973. Le corresponde por derecho propio su obtención en el 2023, una vez saldada la deuda que pusiera en marcha el emprendimiento binacional, luego de medio siglo de vigencia del Tratado de Itaipú (Anexo C, revisión).
Existen precedentes internacionales. El convenio de 1977 entre el general Omar Torrijos de Panamá y James Carter de los Estados Unidos es uno de ellos. El pacto Torrijos-Carter hizo viable la entrega del canal de Panamá en 1999, después de casi un siglo de tutela americana.
Entre tanto, aquellos próximos a Itaipú (presidentes, cancilleres, funcionarios del Consejo de Administración y del Directorio Ejecutivo) siguen ponderando los efectos benéficos para el pueblo paraguayo de la empresa hidroeléctrica.
En la época anterior toda disidencia con esta línea de pensamiento atentaba contra el progreso y a la paz de la república; si las críticas provenían del exterior, no eran más que exaltadas voces de legionarios vendepatrias.
Las voces contestatarias, entre ellas, La Tribuna, ABC Color, El Radical, los partidos de la oposición, estudiantes y profesores no comprometidos con el oficialismo y la prensa expatriada, lograron formar una masa crítica ante la necesidad de instalar una causa nacional que aglutinara a los paraguayos en la defensa de una mayor equidad en Itaipú. En especial respecto a la cogestión paritaria, el precio justo y la libre disponibilidad del excedente.
Lamentablemente, no tuvieron la fuerza necesaria para imponer sus justos reclamos.
Recién desde el 29 de setiembre de 2008, exigiendo –sí, exigiendo en derecho, aunque ello resulte discordante a los oídos de los comensales de Itaipú– el fin de las de asimetrías en Itaipú, el presidente Fernando Lugo logró instalar, después de treinta y cinco años, un debate oficial con el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, aunque infructuosamente.
No obstante, las cuestiones debatidas pusieron de relieve ante el pueblo paraguayo las notables desigualdades imperantes en Itaipú.
b. La historia real
Brasil no financió la obra, fue Itaipú la que se endeudó para la construcción y puesta en funcionamiento de la central hidroeléctrica, que incluyó la infraestructura necesaria para transportar el producto de la central hidroeléctrica a la margen brasileña.
La participación paraguaya en la sociedad binacional –a costa del hundimiento de su irrepetible ecosistema en el fondo del río Paraná– no fue consecuencia de un gesto altruista brasileño, sino la imperiosa necesidad de implicar los recursos naturales de Paraguay como solución fáctica a la sostenida demanda energética de Brasil. Todo a cambio de migajas, como una compensación –no precio justo– instituida en el Costo del Servicio de Electricidad de la binacional hidroeléctrica. Una equidad fraudulenta en el reparto del aprovechamiento.
Los últimos estudios demuestran que los ingresos no percibidos por la energía obligada a ceder al Brasil, entre 1985-2018, suman la friolera de US$ 75.400 millones de dólares (Miguel Carter, DEMOS).
No es raro que los gobiernos dibujen su propia historia para justificar sus actuaciones. Solo la investigación documentada pudo desvelar la historia real.
Cabe como ejemplo la guerra del Chaco; para el pueblo poco informado la guerra del Chaco fue ganada a machetazos. Nada más lejos de la realidad. Los que la han estudiado detenidamente tienen la certeza de que sin la adquisición de un apropiado parque de guerra –lo más avanzado de la época, aunque insuficientes y no pocas veces completadas con armas enemigas– y sin una preparación adecuada de los comandantes en reconocidas escuelas militares, la victoria se presentaba difusa. Hay más, sin una reserva organizada en condiciones de movilizarse desde la zona del interior hasta el teatro de operaciones en unidades completas, en tiempo oportuno, la recuperación del Chaco por el Ejército Nacional hubiera sido infructuosa.
De igual modo, bien intencionados ciudadanos siguen sosteniendo que Itaipú fue provechoso para el Paraguay gracias a la generosidad del socio condómino. No acaban de entender que la apropiación indebida de la hidroeléctrica, legitimada en el Tratado de 1973, es fruto premeditado de un plan para abastecer de electricidad, a costillas de otra desmembración paraguaya, la demanda brasileña. ¿Cuánto cuestan el Salto del Guairá, la selva Atlántica y el desarraigo de la población guaraní? Al respecto publicaba ABC Color, el 27 de enero de 2018:
“La pérdida del Bosque Atlántico y el desarraigo de los pueblos guaraníes –entre cuyos factores debe incluirse el proyecto hidroeléctrico Itaipú–, una situación de exterminio en ambas riberas del río Paraná, con énfasis en la realidad nacional, es el tema de la conferencia que dictará esta mañana, a partir de las 10:00, el padre Bartomeu Melià (SJ), en la Escuelita Patriótica en la jornada de apertura de su ciclo correspondiente al presente año. El antropólogo y lingüista español-paraguayo expondrá sobre la pérdida y el desarraigo, que según explicaron los responsables de la Escuelita, ‘fueron un resultado objetivo de políticas públicas inhumanas, hoy también denominadas ecocidas, que hicieron desparecer una maravilla sin igual de la naturaleza, como los Saltos del Guairá, de soberanía nacional paraguaya indiscutible de hecho y de derecho, y que por ello, con intención de ocultamiento de nuestro histórico dominio, fueron sumergidos por Itaipú en el inmenso espejo de agua creado debido a la monumental presa construida para la generación de energía hidroeléctrica’ ”.
Siguiendo con la historia real que testimoniaba la intermediación del Gobierno de Lyndon B. Johnson solicitado por gobierno paraguayo, el canciller americano Dean Rusk –quien visitaba Paraguay por unas horas, en mayo de 1965– logró instaurar una mesa de negociaciones en demanda del retiro de las tropas brasileñas que ocupaban el Salto de Guairá.
En efecto, en Puerto Presidente Stroessner y Foz de Yguazú, el 21 y 22 de abril de 1966, se reunieron los cancilleres Raúl Sapena y Juracy Magalhaes.
En las conclusiones del Acta Final de Foz de Yguazú, como resultado de la reunión, no hubo referencias del retiro de las tropas invasoras. Sin embargo, quedaba concretado, en el punto tercero del documento, el condominio del Salto. El acuerdo tenía como objetivo un plan de explotación del río Paraná, que de fachada incluía a Paraguay. Es más, la producción sería dividida en partes iguales entre los dos países y se establecía un precio justo por el excedente no utilizado por Paraguay.
Aplanado el obstáculo de la propiedad paraguaya del Salto, los brasileños lograban su plan de explotación hidroeléctrica del río Paraná.
En otra nota, de la misma fecha que el acta, se resolvía trasladar las tropas ocupantes aunque Brasil seguía presente con una población, una prefectura con bandera brasileña, puerto propio y aduana con cobro de impuestos, aeropista, escuela, etc., al sur del Mbaracayú.
La cancillería paraguaya, en un notable cambio de aptitud, había declinado la nota del 14 de diciembre de 1965 que sostenía “…al sur de la cumbre del Mbaracayú, es territorio paraguayo” para posteriormente declarar, por nota del 21 de agosto de 1972, que “no existe una divisoria natural entre el territorio de Paraguay y el de Brasil en la región de los Saltos del Guairá”. El régimen gobernante abdicaba un derecho soberano.
Recién en 1982, las aguas de la represa Itaipú concretaron el retiro efectivo de territorio paraguayo de los ocupantes brasileños.
El Acta Final de Foz de Yguazú de 1966, un simulacro aprovechado diestramente por Brasil, se dio a conocer por la prensa el 21 de junio de 1973, luego de la firma del Tratado de Itaipú (Enríquez, Efraín. 2ª Ed. 2007. Aguas que valen oro, pág. 29).
En el Tratado de Itaipú, rubricado por los cancilleres Raúl Sapena Pastor y Mario Gibson Barboza el 26 de abril de 1973, no se tuvo en cuenta el Acta Final de Foz de Yguazú, excepto el condominio del Salto. Los documentos demuestran que durante el debate en el Senado para la ratificación del Tratado, entre el 29 de mayo y el 5 de junio de 1973, no se conocía oficialmente el Acta Final de 1966.
Se repetía la historia del 19 de marzo de 1964, ocasión en que los presidentes Stroessner y Goulart decidían sobre “la construcción y explotación de la gran obra que harán conjuntamente los dos Estados, y que será la de mayor importancia entre todas las de su género hasta hoy emprendidas en todo el mundo”.
Con decorosas disidencias, fue aprobado el Tratado de Itaipú por la mayoría oficialista del Poder Legislativo (Ley Nº 389 del 17 de julio de 1973).
Finalmente, a lo largo de 170 kilómetros Itaipú formó un espejo de agua de 1350 kilómetros cuadrados, que anegó 580 kilómetros cuadrado de territorio nacional inundando la selva Atlántica y las cataratas del Salto de Guairá. Una pequeña porción no sumergida quedó convertida en “Reserva y refugio biológico Mbaracayú” de 1.356 hectáreas que, según publicaciones de ABC Color del 9 de setiembre de 2017, “no ha sido demarcada debido a la diferencia de criterios en los análisis realizados en la Comisión Mixta de Límites Paraguayo-Brasileña”. También se leía: “De hecho, entre nuestro país y Brasil existe una discusión respecto a cuál de las dos naciones es dueña de tan importante reserva ecológica, importante pulmón verde en momentos en que se sienten a nivel mundial las consecuencias de la deforestación y que también afectan de modo alarmante a nuestra región”.
Nuestras autoridades no acaban de entender que el país ha sufrido, en tiempos de paz, una desmembración más de su territorio, al que hay que añadir la interdicción del río Paraná, para sufragar el desarrollo de Brasil.
El costo pagado por Paraguay por la puesta en marcha de Itaipú ha sido descomunal y el retorno desproporcionado, asimétrico. Es hora de requerir, conforme a derecho, la recuperación de la dignificante igualdad.
Agua
Según sus panegiristas para la participación en el proyecto hidroeléctrico solo se requería de Paraguay que aporte el agua del limítrofe río Alto Paraná.
Disimulo
Para disimular la usurpación de nuestra soberanía territorial, la diplomacia usó una fórmula: la posesión de los dos países, en condominio, del Salto...
Juanantoniopozzo@gmail.com

domingo, 14 de abril de 2019

El garrote imperial

14 DE ABRIL DE 2019

| EL GARROTE IMPERIAL

La diferencia de magnitudes

- El hecho consumado 
La prevalencia de la diferencia de magnitudes en las relaciones de Brasil y Paraguay ha sido la constante desde la finalización de la Guerra del 70. El garrote de Pedro II, que impuso nuevos límites a un país ocupado por sus huestes imperiales, fue sustituido por otro instrumento. Aparentemente menos gravoso, aunque perpetúe los abusos más indignos y los crímenes más deleznables: la política de hechos consumados, que no reconoce el Derecho Internacional. 
- Itaipú es el reflejo de esta abusiva política 
En efecto, el Acta Final de Foz de Yguazú de 1966 fue el guión seguido por Itamaratí para lograr su plan de explotación hidroeléctrica del río Paraná. No obstante, el proyecto era dificultado por la posesión paraguaya del Salto de Guairá.
Con la aprobación de los gobiernos de turno del Acta Final, en junio de 1966, Brasil lograba por vía diplomática su objetivo de compartir, en condominio, las cataratas del Salto.
Resuelto el enojoso impedimento, los demás términos del Acta Final, escondidos al escrutinio público –división en partes iguales del producto energético y precio justo por el excedente-–, no fueron respetados en el Tratado de Itaipú de 1973. El Acta corrió la misma suerte del acuerdo de Tres Marías, propiciado por el presidente Goulart, el 19 de enero de 1964.
Instalado el caballo de Troya, dibujado en el Acta Final, la ancha avenida del hecho consumado, para instalar Itaipú, fue de mero trámite. Así, Itamaratí blanqueaba la política de facto que se apropiaba por la fuerza de las cataratas del Salto.
En el Acta Final de 1966, no figuraba ni por asomo el retiro de las tropas invasoras, que desde junio de 1965, estaban asentados en territorio nacional.
La restauración de los límites de Paraguay no interesaba a Brasil, metido en su plan de explotación del río Paraná. En una posterior nota, que expresaba la “magnanimidad” brasileña, se explicaba que por razones de confraternidad se retiraba la tropa de ocupación, aunque no sucediera en la realidad.
- Solo en los papeles 
La tropa brasileña se retiró efectivamente en 1982, gracias al agua embalsada de Itaipú. Brasil, no cumplió lo prometido luego de la reunión de Foz de Yguazú. Nunca retiró la tropa invasora.
La negociación para la desocupación de sus tropas del territorio nacional, auspiciado por el Canciller norteamericano Dean Rusk, quedó en aguas de borraja: en el Acta Final de Foz de Yguazú, en ningún momento se trató la invasión al Paraguay. Sí el proyecto de explotación energética del río Paraná. De esta manera, Itamaratí metió en su vaina los compromisos asumidos con los Estados Unidos.
El régimen gobernante ocultó el hecho. Timorato como lo fue siempre, no movió un dedo, continuando como si nada la “negociación” del leonino Tratado de Itaipú. El oficialismo (Gobierno, Congreso, Poder Judicial) obedecía a los intereses brasileños. Con esa frágil actitud, el oficialismo del Congreso Nacional ratificó sin cuestionamientos el Tratado de Itaipú.
En el Tratado, en cuyo preámbulo, como un decorativo, figura el Acta Final de Foz de Yguazú –ardid necesario para destacar un aprovechamiento conjunto–, son puras pamplinas: el papel lo aguantó todo.
La realidad del Tratado
La realidad del Tratado imponía que toda la energía producida por Itaipú pertenecía a Brasil. Al desaparecer el precio justo del Acta Final, como consecuencia del derecho de adquisición establecido en el Tratado, toda la producción energética correspondía a Brasil.
Paraguay debía contentarse con un mínimo aprovechamiento, cuya pírrica compensación por la cesión de energía ¡pagaba Itaipú! De este modo, la otra Alta Parte Contratante (Estado paraguayo), se compensaba a sí mismo por la cesión de su energía.
Este mayúsculo escándalo fue celosamente ocultado mediante propagandas auspiciadas por Itaipú. Los principales referentes de la soberanía nacional –Ministerio de Relaciones Exteriores y Fuerzas Armadas–, entre ellos, experimentados oficiales retirados de las Fuerzas Armadas, siguen creyendo en el cuento propagado por Itaipú.
- La clientela política 
El clientelismo político o intercambio extraoficial de favores, pagado generosamente con la complacencia interesada de la margen brasileña, sigue abrumando a los órganos de administración paraguayos, que omiten su ineludible deber de defender la principal riqueza del país. Políticos improvisados, son miembros, increíblemente, del Consejo de Administración y del Directorio Ejecutivo de la empresa binacional. Algunos con notable avería moral, hecho que les inhabilita a representar al Paraguay.
Abonado por los gobiernos de turno, salvo honrosas excepciones, el unilateral control brasileño sobre Itaipú se resiste en reconocer la contribución paraguaya en la monumental obra. El Paraguay, además de contribuir con las aguas del Paraná, soportó la desaparición del maravilloso del Salto de Guairá y una gran porción del bosque Atlántico. Como si fuera poco, el país cargó con la mitad de la deuda contraída para la construcción de Itaipú. 
- Beneficios para Brasil 
El socio condómino, al imponer el proyecto que resolvió su demanda energética, paralelamente produjo enormes beneficios a su hacienda. Para ello, incorporó en Itaipú: 
- Gravosas deudas espurias o deudas “vencidas” de empresas brasileñas que contrataron electricidad por debajo del costo. 
- Cobros de intereses exagerados por préstamos. 
- Compensaciones cargadas al costo del servicio de electricidad, instituyendo la autocompensación del Estado paraguayo. 
- Aumentos indebidos del costo del servicio de electricidad para generar lucros prohibidos por el Tratado. 
- La exclusión de la buena fe del cacareado “pacta sunt servanda”. 
- Conclusión 
Ante el desconocimiento del leonino Tratado de Itaipú, instrumentado por Brasil para el logro de sus intereses y hartos de tanta corrupción que hizo posible la entrega de nuestra soberanía nacional al Brasil, es menester que nuestras autoridades mastiquen con la debida responsabilidad el problema, deponiendo el indigno comportamiento que no se compadece del pueblo paraguayo.
Saltos
Con la aprobación... del Acta Final, en junio de 1966, Brasil lograba por vía diplomática su objetivo de compartir, en condominio, las cataratas del Salto.
Irrespeto
Resuelto el enojoso impedimento, los demás términos del Acta Final, escondidos al escrutinio público, no fueron respetados en el Tratado de 1973.
juanantonopozzo@gmail.com