31 de Mayo de 2015
El camino equivocado
El Brasil es el quinto país de mayor superficie territorial en el mundo. Solamente Rusia, Canadá, China y Estados Unidos lo superan. Inicialmente, con menos de 2.000.000 km² fue expandiéndose a costa de sus vecinos, hasta alcanzar unos 8.511.965 km² actuales, el 47,3% de la superficie de América del Sur.
Sin embargo, en una publicación del Centro de Estudios Internacionales, “El Brasil y la recomposición de la geopolítica latinoamericana en los primeros años del Siglo XXI”, el doctor Carlos Federico Domínguez Ávila, advertía que “… la emergencia hemisférica y global del Brasil no deberá lograrse a costa o en contra de los intereses y las necesidades de otros países latinoamericanos y caribeños”.
Con respecto a la recomposición espacial, señalaba, que el proyecto sudamericano brasileño implicaría una “reconfiguración geopolítica latinoamericana audaz, osada creíble y de largo plazo, que puede privilegiar proyectos conjuntos de infraestructura económica, sin ser amenazador ni violento”, lo que representaría, a su criterio, “…una propuesta de hegemonía suave...”.
No obstante, indicaba que haría falta convencer o terminar de convencer a la mayoría de los hasta ahora pocos interesados vecinos sobre sus bondades.
Domínguez opinaba que “Brasil, necesitaría ser mucho más generoso y luchar contra no pocas suspicacias y desafíos”. Todo ello, añadía, “… sin olvidar que la emergencia del Brasil como gran potencia mundial del siglo XXI no podrá ser alcanzada a costas o en desmedro de sus vecinos más inmediatos o más distantes”.
Es evidente que en su proyecto estratégico Brasil da por sentado su magnitud geográfica y su liderazgo en Sudamérica. Responde a ello la iniciativa de creación, en septiembre de 2004, de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CASA), renombrada en el 2007 como Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
En el subsistema sudamericano, según Domínguez, Brasil sería la potencia dominante en “un escenario donde resaltarían más visiblemente las perspectivas y capacidades económicas político-militares y, en menor medida, simbólico-culturales brasileñas”.
Sin embargo, las circunstancias geográficas y las supuestas capacidades son insuficientes para liderar la región. Estados Unidos no pudo con Cuba y la asimétrica confrontación en Palestina no es determinante.
El proyecto sudamericano brasileño, según la experiencia paraguaya en la central hidroeléctrica Itaipú Binacional, no se destaca precisamente por la inclusión y la coparticipación en el que todos ganan. Lo delata un acuerdo inicialmente paritario, en igualdad de derechos y obligaciones, según el Acta Final de Foz de Yguazú de 1966, posteriormente desviado de su fin y objeto, en el Tratado de Itaipú de 1973, redactado con participación paraguaya conforme a los intereses del Brasil.
Finalmente, entendemos que este no es el mejor camino para establecer un liderazgo hegemónico regional, mucho menos para obtener un lugar más entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
juanantoniopozzomoreno@gmail.com
Con respecto a la recomposición espacial, señalaba, que el proyecto sudamericano brasileño implicaría una “reconfiguración geopolítica latinoamericana audaz, osada creíble y de largo plazo, que puede privilegiar proyectos conjuntos de infraestructura económica, sin ser amenazador ni violento”, lo que representaría, a su criterio, “…una propuesta de hegemonía suave...”.
No obstante, indicaba que haría falta convencer o terminar de convencer a la mayoría de los hasta ahora pocos interesados vecinos sobre sus bondades.
Domínguez opinaba que “Brasil, necesitaría ser mucho más generoso y luchar contra no pocas suspicacias y desafíos”. Todo ello, añadía, “… sin olvidar que la emergencia del Brasil como gran potencia mundial del siglo XXI no podrá ser alcanzada a costas o en desmedro de sus vecinos más inmediatos o más distantes”.
Es evidente que en su proyecto estratégico Brasil da por sentado su magnitud geográfica y su liderazgo en Sudamérica. Responde a ello la iniciativa de creación, en septiembre de 2004, de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CASA), renombrada en el 2007 como Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
En el subsistema sudamericano, según Domínguez, Brasil sería la potencia dominante en “un escenario donde resaltarían más visiblemente las perspectivas y capacidades económicas político-militares y, en menor medida, simbólico-culturales brasileñas”.
Sin embargo, las circunstancias geográficas y las supuestas capacidades son insuficientes para liderar la región. Estados Unidos no pudo con Cuba y la asimétrica confrontación en Palestina no es determinante.
El proyecto sudamericano brasileño, según la experiencia paraguaya en la central hidroeléctrica Itaipú Binacional, no se destaca precisamente por la inclusión y la coparticipación en el que todos ganan. Lo delata un acuerdo inicialmente paritario, en igualdad de derechos y obligaciones, según el Acta Final de Foz de Yguazú de 1966, posteriormente desviado de su fin y objeto, en el Tratado de Itaipú de 1973, redactado con participación paraguaya conforme a los intereses del Brasil.
Finalmente, entendemos que este no es el mejor camino para establecer un liderazgo hegemónico regional, mucho menos para obtener un lugar más entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
juanantoniopozzomoreno@gmail.com