03 DE FEBRERO DE 2016
Paren el mundo, que yo me apeo
La frase corresponde al célebre actor, humorista y escritor estadounidense Julius H. Marx, conocido como Groucho Marx, fallecido en 1977. Como la estupidez humana no tiene límites, a veces somos tentados a tirar la toalla, parar el mundo para abandonarlo lo más rápido posible.
Esta es la sensación que se percibe cuando se procura negociar o lidiar con los argentinos, en particular con los porteños. Complicados, verborrágicos, exagerados, ansiosos, de interior difuso y efusivo de fachada, tratan de aparentar seguridad y optimismo.
Lo sentimos tan extraño a pesar de los indisolubles vínculos que el hidalgo Juan de Garay, el 11 de junio de 1580, al mando de una expedición procedente de Asunción del Paraguay, estableciera al refundar Buenos Aires.
Acompañado de 66 mancebos paraguayos, 1.500 indios guaraníes, una mujer llamada Ana Díaz, numerosos vacunos, caballos, ovinos y aves de granja, consiguió el conquistador resucitar la abandonada ciudad, hoy capital de la República Argentina. Hasta hoy día, esforzados paraguayos, con su energía, no paran de construir este retoño que ilumina el Río de la Plata, emporio de cemento y vidrio, aunque con alma aspamentosa y exagerada, como el que “hace un tango”.
No se explica, hasta ahora, cómo las autoridades de este hermano país no puedan conciliar intereses comunes con Paraguay, una nación que le demostró y le brinda su afecto.
Los ejemplos argeles y el costo del emprendimiento
A los argentinos les encanta ejercer el control sobre el majestuoso río Paraná, no como una carretera fluvial provechosa entre vecinos, sino como una tranca conforme al humor del portuario de turno.
En Yacyretá es más de lo mismo –-construida por su exclusiva iniciativa, en provecho de los dos países–, la cuestión es aún más harto complicada. Exprimen toda su producción, excepto una ínfima porción “donada” al socio indigente, pero igual se quejan. Los requechos de Misiones y Formosa tampoco son suficientes. Mucho menos, el enorme territorio paraguayo inundado al represarse el indómito Paraná.
La producción de la usina hidroeléctrica ya pagó con creces el costo del emprendimiento binacional. Entre tanto, la deuda debiera ser cero y la tarifa, de acuerdo con la fórmula del Anexo “C”, no debiera sobrepasar los US$ 30 por cada unidad eléctrica o megavatios hora. Igual tarifa correspondería como compensación.
Entonces, las consecuencias serían ganar o ganar, lo que demuestra que no hace falta llegar al extremo de Luis Arce, ministro boliviano de Economía, quien oportunamente señalara: “Si entrara una tercera más (si no se paga), ahí podemos tomar algunas medidas…”. Se refería al cierre de las válvulas del gas exportado a la Argentina. “El hecho de que nosotros podamos cerrar válvulas… puede tener un efecto mucho más grave en la economía argentina”, concluyó el ministro.
Esta idea de cortar la energía a un socio comercial que no respeta la alternancia, infla la deuda y cambia a su arbitrio los términos del acuerdo, no es mala idea, toda vez que la coraza moral del portavoz del reclamo del pueblo sea inexpugnable.
De otro modo, solo resta parar al mundo para apearse.
juanantoniopozzo@gmail.com
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